Chapata de jamón y queso

Cuando llueve en Madrid impera el caos, todo se vuelve torpe, impreciso, cómicamente desordenado y se llena de fango menudo que salpica los pantalones, las botas y el ruedo del abrigo, hay dos cosas que me gusta hacer, ponerme a andar entre la gente atolondrada que hace malabarismos con los paraguas, observar sus caras, sus gestos, el asombro que traslucen, el que siempre despierta la lluvia en esta ciudad polvorosa, deslizarme por las calles inconclusas del centro, vericuetos que me llevan una y otra vez a la misma ciudad de la que escapo, o sentarme en una pequeña terraza para verlos pasar igual de inquietos, fluyendo en bandadas nerviosas de maltrechas corolas. Soy un flâneur imperceptible en la ciudad lavada.

Pero la niebla no es divertida, no deja curiosear ni imaginar historias. Mi avión despegó entre una de esas nieblas, espesa y ciega e inapropiada que me despojó de Madrid de un plumazo, de modo que la dramática última mirada para despedirme de la ciudad no tuvo razón de ser, nada de recordar los instantes finales, me quitó la posibilidad de retener la imagen en la memoria, un auspicio de la vida sin delinear que se avecina.

Sonrío mientras bebo un indefinible verdejo en vaso de plástico sobre el Atlántico, me divierte el pretencioso refrigerio antes de aterrizar, en la mesilla una caja alargada con una estridente felicitación de Navidad, dentro un bocadillo de pan francés con ínfulas de chapata de jamón serrano y queso, incluso lo lleva al dorso, sin escrúpulo, en una ridícula etiqueta.

Aquí yacen tus amores, como quien dice, tímida mujer de Lot, pequeña y difusa, echa a andar sin mirar atrás porque a tu favor llevas que cualquier cosa se puede llamar como prefieras, tú cómelo, no importa lo que diga la etiqueta.

Amanece en Miami, las luz es opaca cargada de humedad, como son los amaneceres del Caribe, el aire tendiendo a tibio lleva a la boca un tenue sabor salobre que anuncia el mar. Desprendo la vista de mi madre, de mi hermana y del rojo disperso de las rosas trasnochadas, para oler la primera colada de la mañana.



4 Comentarios

  1. Bello…
    y cinematográfico… técnicamente sería una “transición”, que lo es, pero en prosa poética…
    todo al revés: un suceso de la realidad sugiriendo ficción, poesía…
    cada vez más la gente puede acompañar el cambio psico-espiritual con el acto de cambiar de entorno de forma drástica…
    de alguna manera tu texto me ha remitido a Tarkovski y los versos de su padre sobre las imágenes, sólo que, curiosamente, hay más nitidez en las fotografías que sugieres e imagino que en tu discurso íntimo-distante…
    me gusta como escribes; espero que te vaya tan mal que tengas que escribir para sobrevivir…

    • gbaranda wrote:

      Transición es la palabra que me resistí a usar mentalmente, pero en realidad es eso, gracias por recuperla para mí texto.

  2. Ana Belén wrote:

    De verdad que me dejas sin palabras, y mira que es raro. Que bien te expresas, escribe un libro….

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